Hasta fechas recientes se carecía de pruebas que ilustraran las jerarquías sociales que quedaron establecidas desde la época colonial en México, en estrecho vínculo con el color de la piel. Como lo establecería el fisiólogo chileno Alejandro Lipschütz se conformó una añeja estratificación social, que él llamó pigmentocracia, la que quedaría grabada hasta hoy en la percepción de las posiciones sociales y las relaciones de dominación que se practican a diario en nuestro país.
El color de la piel ha sido desde entonces un factor que explica la exclusión de los beneficios socioeconómicos que han experimentado muchas personas, y también las diversas clases de discursos utilizados para discriminar, legitimar la exclusión social y sublimar en una identidad mestiza las prácticas excluyentes. Estos discursos contienen el notable deseo de “blanqueamiento” como requisito para aspirar a las posiciones privilegiadas en nuestra sociedad, y al mismo tiempo anulan las aspiraciones de movilidad social basadas en el mérito o las capacidades.
De ahí la devoción que se rinde, en muchos círculos y grupos, al tono de la piel clara y el maltrato a personas de piel morena. Los ejemplos se viven a diario en los chistes de ocasión, como: “la mona aunque se vista de seda mona se queda”, los cuales degradan y humillan; también se observan en la publicidad y los programas televisivos, en los cuales los papeles que se asigna a personas morenas son los elementales de apoyo o servicios básicos.
Pruebas más confiables de esta pigmentocracia fueron dadas a conocer este 16 de junio el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), mediante el Módulo de Movilidad Social Intergeneracional (MMSI). Este consiste en una encuesta realizada en 31,935 viviendas sobre la condición socioeconómica de los encuestados (entre 25 y 64 años), y por primera vez se les pidió responder a una pregunta relacionada con el color de su piel. La papeleta usada por INEGI fue creada por el Proyecto sobre Etnicidad y Raza en América Latina (PERLA).
Los datos de INEGI muestran por primera vez la relación de variables económicas, como la escolaridad y el tipo de empleo, con el color de la piel de los encuestados. Estos primeros resultados pueden ser muy debatidos y hasta desagradar a muchos, no obstante son claros respecto a las tendencias que muestran la estratificación y la movilidad social en México. El color de la piel es un predictor promedio del nivel educativo y los empleos que desempeñamos. El MMSI del INEGI ha probado, pues, que la pigmentocracia es real y que el mestizaje es un mito en México; ya no hay dudas de ello.
El reto de ahora en adelante será pugnar porque se diseñen y pongan en marcha políticas públicas que abatan nuestra pigmentocracia, sin recurrir ahora al discurso del mestizaje.
*Mario A. Morales es doctor e investigador en el Laboratorio de Innovación Democrática (LID), una organización de la sociedad civil sin fines de lucro, plural, apartidista e independiente.